lunes, 22 de marzo de 2010

Mágia


El hombre escuchó los pasos rápidos pero firmes del niño en el pasillo de madera. Giró la silla hasta que quedó de cara a la puerta. Relajó los brazos, esperando que el chiquillo entrara y se lanzara a sus brazos, como siempre.
Sin embargo, éste se detuvo junto a la puerta, mirando a su padre con expresión solemne. Tenía las manos firmemente cerradas la una con la otra, formando una pequeña cabidad en su interior. Aún vestía el uniforme del colegio: polo blanco con el escudo bordado y pantalones cortos de color verde oscuro. Llevaba la chaqueta sujeta al cuello por las mangas, a modo de capa; los zapatos estaban manchados de barro.

- ¿Qué ocurre, Andrew? ¿Qué traes ahí? -preguntó el padre, rompiendo el silencio. El niño se acercó lentamente a él, desconfiado al principio. Finalmente, dejó que el hombre lo alzara, sujetandole por debajo de las axilas, para sentarle sobre sus rodillas.

- Es un hada -respondió el niño.

- ¿Un hada? -sonrió ante la fantasiosa mente de su hijo - ¿Y dónde la has encontrado?

- Kevin y yo jugábamos junto a los matorrales. Entoncés él chutó demasiado fuerte el balón y lo mandó a los arbustos. Cuando fuimos a buscarlo vimos una lucecita junto a unas moras- el niño gesticulaba y movía las piernas al hablar, visiblemente exaltado- Al principio pensamos que era una luciernaga.

- ¿Y no lo era? -el padre rió, siguiendole el juego.

- No. Cuando nos acercamos vimos que era una personita muy pequeña, con unas alitas muy finas, como de papel.

- ¡Un hada! -dijo el hombre, con fingido asombro.

- ¡¡Un hada!! -chilló el niño, dando un bote- Kevin quería matarla, pero yo no le dejé. Cogí el hada y vine corriendo a casa para que no pudiera encontrarla.

De pronto, una luz se encendió en la cabidad entre las manos de Andrew, escapando entre sus dedos. El padre soltó un grito de exclamación y se inclino sobre su hijo.

- ¡Vaya! ¿Es verdad que está ahí? -tenía que admitir que, pese a lo absurdo de la situación, comenzaba a estar confuso.

- Claro que está. Se enciende porque sabe que hablamos de ella.

- ¿Puedo verla?

- Aún no, está comiendo -el niño negó violentamente con la cabeza.

- ¿Qué le has dado de comer?

- Moras. Es lo que comía cuando la encontramos, así que supuse que le gustaban. Aunque aún no estoy seguro de qué se alimenta.

- ¿Y tiene nombre?

- Todavía no, no se me ocurre ninguno -el niño frunció el ceño, como si estuviera enfadado consigo mismo.

- Podemos llamarla Buttercup, o Amaranth, Celsia, o Hollyhox... -comenzaba a emocionarse, intentando recordar nombres de flores que le fueran bien a un ser mágico y diminuto como aquel- Podría vivir en el jardín, entre los rosales y las flores silvestres. Apuesto a que le encantarían nuestras manzanas y cerezas -comenzaba a faltarle el aliento mientras observaba extasiado el haz de luz que se escapaba entre los dedos de su hijo.

El niño rió, travieso. Abrió las manos lentamente, mirando fijamente a su padre.
Guardaba una pequeña linterna de botón, lo suficientemente pequeña como para escoderla en la palma de la mano.
Bajó de un salto de las rodillas de su padre y salió riendo de la habitación, orgulloso por haberle engañado con un truco tan sencillo.

El hombre permaneció unos segundos inmovil. Se sentía vacio, como si le hubieran desinchado y solo quedara de él una funda de piel. Una vez asimiló todo lo ocurrido, sonrió timidamente, avergonzado por su inocencia. Había sido engañado por un niño de 6 años.

Y, sin embargo, esa ilusión creciente en su pecho le había resultado tan intensa como cuando él mismo era un crio y jugaba a atrapar duendes en el bosque.
Quizás no fuera demasiado tarde para recuperar la mágia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario