miércoles, 13 de enero de 2010

Bienvenida

"...Y las flores marchitas son preciosas.Y eso se aplica a todas las cosas vivas, y muertas.Para ello debo mi tiempo... en mi suite en el infierno".


Vagaba en la oscuridad nocturna, sin tener muy claro a donde me dirigía.Un ruido me había sacado de la cama. Como una autómata, me levanté y salí de casa.
El frío aire nocturno aplaco mis ansias y mi miedo. Cortaba como un cuchillo contra mi piel marmórea, cubierta solamente por un fino camisón de lino. El cabello oscuro y rizado danzaba alrededor de mi rostro de ojos grises.
Tras deambular un rato, llegué a la linde de un frondoso bosque. Mis pies descalzos dejaron el duro asfalto para internarse en la suave caricia de las hojas secas. La hierba abrazaba mis piernas con sus tallos. El aire hululaba entre los árboles, produciendo un sonido fantasmal.Sentí que me estremecia bajo la ropa. Me abracé a mi misma, intentando relajarme.Tenía miedo, no sabía que hacia allí. Pero no me detuve.
Mis pasos me llevaron hasta el final del bosque, donde los árboles se dispersaban por una campa, bañada por los rayos de la luna llena.

Y ante mí, allí estaba, hermosa como un sueño. La enormes ruinas de una catedral que parecía brillar pese a la oscuridad que la rodeaba. Caminé engatusada por los bellos arcos y sus ventanales, por un camino custodiado por cruces de piedra.
Una vez estuve cerca, observé las vidrieras de la hermosa construcción. Parecían invitarme a entrar, a cruzas esas desvencijadas puertas que antaño tantos secretos guardaron. Y que aún guardaban.

Con una última mirada de soslayo al camino que ya había recorrido, me adentré en su interior, custodiada por unas hojas marchitas que el viento había levantado.
El único recuerdo que quedó de mi estancia allí fueron las pisadas sobre la tierra mojada.

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