jueves, 14 de enero de 2010

Jack the Ripper II

La jovencísima Katienne solo contaba 10 años cuando se encontró por primera vez con el destripador.
Era la primera noche que pasaba en la calle, su madre le había hechado de la pensión esa misma mañana. Hasta entonces había trabajado en el mercado durante el día y haciendo la calle tras la puesta del sol. Pero nunca sola.

Y desde hacía tiempo ni para eso servía. Ya no había clientes, a ningún hombre le gustaba mantener relaciones con una niña mutilada. Sujetó sus vendas amarillentas por el tiempo, la suciedad y el líquido que supuraba de sus heridas.
La enfermedad ya le había hecho perder el antebrazo derecho y tres dedos de la mano izquierda. También comenzaba a faltarle medio pie, pues sus heridas avanzabas a traves de su cuerpo, como si de un ejercito se tratara y su piel la zona a conquistar.

Su carne se resquebrajaba, del mismo modo en el que una manzana se seca al sol. Era una flor cuyos pétalos se marchitaban.
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El joven Jacques ya contaba 21 años cuando conoció a la desventurada y mutilada prostituta. En su insultante juventud, ella le cautivó.
Observó sus heridas, las vendas que envolvían sus extremidades, el lugar que antes ocupaban su brazo y sus dedos. Se percató de que cojeaba ligeramente al caminar. Le siguió un par de calles antes de reunir el valor para acercarse a ella.

Ella se volvió al escuchar el sonido de pisadas. La cara de la desdichada pequeña estaba surcada de cicatrices, de piel que se habia consumido hasta deformar los rasgos de esta. Pero entre las heridas, brillaban como luces dos enormes ojos de un azul blanquecino.

Se agachó hasta quedar a la misma altura que la niña y le acarició el cabello sucio.

- Yo te enseñaré las cosas bellas del mundo, mi pequeña invidente -musitó, asiendole la mano.

La chiquilla sonrió, mostrando la boca desdentada de un niño. Le faltaban los incisivos centrales superiores y él canino inferior derecho. Y Jack supo que le volverían a crecer. Sin embargo, no recuperaría ni la vista, ni sería bella, ni tendría una piel de porcelana.

Pero eso no importaba. A él no le gustaban las flores.

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